Una fiesta de locura en La Comarca

04/VII/2019


Ahora que ya han pasado las fiestas de San Juan, justo donde el fuego purificador y la algarabía se juntaron durante dos días, parece que la zona de la Comarca en la Tierra Media empieza a volver la calma. Vuelve la calma después de dos semanas. ¿Cómo puede ser que lo haga habiendo pasado tanto tiempo?

Todo empezó con la llegada de Gandalf el Gris, un tunante y viejo bardo que es amigo de un par de hobbits de la zona. Famoso por la forma de contar historias y su manejo de los fuegos artificiales, siempre va cargado con una bolsita en la lleva unas plantas medicinales que ayudan a amenizar las bacanales, curan las depresiones y mitigan el sufrimiento en las enfermedades. 

Cuando llegó al lugar seguía fiel a su costumbre de ir cantando por los caminos que recorría. Habían pasado muchos calendarios desde la última vez que estuvo allí y le esperaban con impaciencia. Sobre todo Frodo, quien llevaba una temporada sin poder fumar y aguardaba con expectación la venida del Mago de la Chistera. Al verlo se abalanzó sobre él. Se abrazaron, rieron y, finalmente, el hobbit recibió el encargo que tanto tiempo había estado esperando.

Al despedirse, quedaron pasadas dos horas en casa del viejo Bilbo. Era ahí, en esa humilde morada dentro de una cueva donde se organizaban todas las fiestas del lugar; ya fueran oficiales o extraoficiales.

Al tocar la puerta, Bilbo le dió la bienvenida de forma entusiasta invitándole a continuación a entrar. "Deja un poco de alegría en mi humilde morada", le comentó. "¡Pequeño cabrón! ¡Anda, saca la botella de ron, que tenemos que montar una fiesta que será recordada durante generaciones", le contestó Gandaf mientras sacaba una papelina para hacerse uno de sus tan especiales cigarrillos.

A medida que preparaban todo llegaron los "Cuatro Jinetes del Apocalipsis". De esa forma llamaban en el lugar al grupeto formado por Frodo, Sam, Pippin y Merry. Empezó la fiesta y esta se fue trasladando al resto del pueblo mientras prendían la hoguera más grande que se recordaba desde hacía años. Sería una fiesta en la que el baile, el alcohol y el tabaco mágico brillaron por su protagonismo. Duró dos días de forma oficial, pero se extendió en el tiempo durante casi dos semanas más. De forma extraoficial, claro.

De aquella fiesta organizada en la Comarca por San Juan, y de la cual todavía siguen padeciendo la resaca muchos habitantes de la zona, será recordado algo que los lugareños nunca pensaron que sucediera. Sam, uno de los componentes de los "Jinetes de Apocalipsis", armado del valor que da el alcohol y el tabaco mágico, por fin se declaró a Rosita y le propuso matrimonio. 

Pero para ello le pidió prestado un anillo a Bilbo que este tenía guardado desde hace años. Arrodillándose a trompicones (se tambaleaba igual que una peonza cuando está perdiendo fuerza), le pidió que se casara con él. Rosita, muy colorada, no están seguros si por el momento que tanto había ansiado por fin se estaba produciendo o por el hecho de que toda su familia (tanto mujeres como hombres) se sonrojaran al ingerir alcohol, le contestó de forma afirmativa. El joven, con mucha dificultad, le colocó la alianza.

La celebración alcanzó entonces uno de sus puntos álgidos. Todos felicitaban a la futura pareja de casados. Sam era alzado en innumerables ocasiones y Rosita era requerida para que le enseñaran la alhaja. En mitad de toda aquel bullicio, Gollum, un antiguo vecino del lugar que fue exiliado por asesinar por envidia a uno de sus vecinos, se coló sigilosamente y le sustrajo la sortija para escapar de la misma forma en la que se coló en ella.

Al darse cuenta de la afrenta no sabían si salir corriendo en su captura o alabarle por la profesionalidad con la que había cometido el acto. Al final, Frodo, de forma fría y calculadora, organizó una batida con el resto de los Jinetes y Gandalf. Los demás habitantes del lugar debían seguir con normalidad la fiesta. Todo aquel infortunio cesaría rápido.

Siguiendo las huellas de Gollum, observaron que iba acercándose al Monte del Destino. Eso sólo tenía una posible explicación: el Anillo había sido creado allí, por lo que el fugado pretendía destruirlo o venderlo en el mismo sitio que lo vió nacer. Consternados, aceleraron el paso. Las huellas estaban frescas, por lo que debía estar cerca, pero Gollum era muy habilidoso alterándolas y creando pistas falsas. Sólo quedaba ir en la dirección del Monte.

A mitad del trayecto entre la Comarca y la épica Montaña se encontraron con una cuadrilla de cuatro amigos. Estos eran Juantxo, Paco y Konradín. Habían alistado a Pazos, un colega de las timbas que jugaban al dominó para celebrar una de las despedida de soltero más épicas de la zona.

Se encontraron en la Taberna del Pony y, entre cerveza y cerveza, se contaron sus penas y alegrías. Los cuatro amigos estaban de ruta por los clubes de la zona y habían conseguido recuperar el anillo de compromiso que se les perdió. Había muchas casualidades entre los dos grupos y, en ambos casos, parecía que Gollum era el epicentro y artífice de ellas.

Juantxo les enseñó la sortija que había recuperado. También el otro, uno que llevaba Gollum cuando consiguieron interceptarlo. Los Cuatro Jinetes y Gandalf también podrían haberlo atrapado si no fuera por ellos. Estos lo encontraron debajo de un árbol con una bota de vino peleón admirando los dos aros que había sustraído. Fue fácil reducirle debido a su estado de embriaguez. Se preguntaron a quién pertenecería el otro, pero el caso ya estaba resuelto.

Sam daba saltos de alegría a la par que bebía cerveza de una jarra de cerámica. Gandalf, mientras fumaba de su pipa ese tabaco tan especial, miró a Frodo y le dijo que fuera a la Comarca con Sam a darle el anillo a la futura esposa. Él se quedaría allí, con Pippin, Merry y los otros cuatro amigos. Sam y Frodo partieron de inmediato en un carruaje empujado por dos robustos ponys.

Allí sentados en un par de mesas de la Taberna del Pony, los seis restantes miraron al Mago de la Chistera. Algo tenían que hacer con Gollum y el más indicado para dirigir aquella tarea, o por lo menos asesorarles, era el Gris. Les miró atentamente y les llamó "caballeros". Parecía que había tomado una decisión. Pidió más cerveza y vino para sus compañeros colocando la bolsa que solía llevar sobre la mesa. "Amigos, hermanos, camaradas... ahora que se han ido estos dos cargantes hobbits... creo que va siendo hora de que nos unamos a la despedida de Juantxo".




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