¿Qué son las brujas?
Con la escasa luz de la Luna iluminando la lúgubre estancia, jugaba con un palo y una piedra una niña de apenas 5 cinco años. Parecía ser ajena a la humedad y el frío que presidía la estancia mientras su madre la observaba atentamente. Esta estaba apoyada en la pared mientras sus piernas cruzadas se posaban sobre el piso. De repente, y sin dejar el juego ni levantar la vista de los dos objetos, la pequeña le preguntó que qué eran las brujas. "No lo sé, hija. No lo sé".
- ¿Entonces por qué nos llaman así?
- ¿Quién te ha dicho eso?
- Nadie, mamá, nadie. Escucho lo que la gente dice de nosotros. Y no me gusta cómo lo dicen.
- ¿Te acuerdas cuando te dije que hay gente mala y gente buena?
- Sí...
- Pues también hay gente buena que cree hacer lo correcto porque han sido engañadas por la mala.
- ¿Por eso estamos en esta habitación? No me gusta. Es pequeña, fea y huele mal. ¿Cuándo vamos a ir a casa?
- Pronto, cariño, pronto. Pero enseguida tendrás que ir a dormir. Nos van a traer la cena. Después debes descansar.
- Pero mamá... no tengo sueño...
- Anda, hazme caso. No protestes. Tienes que descansar si quieres hacerte mayor.
La niña pareció meditar sobre lo que le acababan de decir.
- Vale, si es por eso...
- Sí, es por eso. Tienes que hacerte grande y fuerte. Ser una persona que ilumine al mundo, tal y como haces ahora.
- Ya, pero no creo que desde aquí pueda hacerlo...
- Tranquila, tú cena y mañana veremos qué podemos hacer...
- Vale...
Justo entonces, el carcelero trajo la comida de la niña. "Está es tu cena, pequeña. Tu mamá tiene que venir conmigo, pero no vas a estar sola. Volverá pronto. Mientras tanto, la hija del Conde te hará compañía. ¿Qué te parece la idea?", comentó.
- No lo sé. No la conozco.
- Bueno, eso tiene fácil solución. En cinco minutos estará aquí. Tu mamá va a venir conmigo. Estate tranquila. En una hora regresará.
La niña guardó silencio mientras miraba a su madre, quien estaba inmóvil y no reflejaba nada de su estado anímico. "Vale, como queráis". La infante pareció resignarse.
Aquel hombre se llevó a la mujer. Y lo hizo con delicadeza, sin ningún tipo de violencia. Así fue durante todo el trayecto en el que atravesaron el viejo y semi derruido castillo que dejaba entrar las inclemencias del tiempo por las paredes desaparecidas en antiguas y recientes batallas.
Finalmente, y después de recorrer casi un kilómetro entre intrincados pasillos, llegaron a los que eran los aposentos del Conde. Para su sorpresa, estos eran una simple habitación con una mesa y una cama. La puerta estaba abierta, por lo que podía ver el interior. En él, un hombre de casi metro ochenta y unas portentosas espaldas observaba el exterior a través de la ventana. Por un momento le recordó a la chabola en la que vivía con su hija.
Cuando entró, el carcelero le indicó que se sentara en una de las sillas que había a cada lado del mueble. No sabía leer ni escribir, pero algo le decía que aquello debía de ser lo que llamaban un "escritorio". Al momento en que el hombre se alejaba poco a poco, podía escuchar el sonido de sus pisadas mientras atravesaba el pasillo, el Conde se dio media vuelta. Su rostro fuerte y duro con una poblada barba le sorprendió. Sobre todo por el contraste que irradiaban sus ojos marrones. Estos parecían emanar dulzura.
Se colocó sentado frente a ella y extendió sus dos brazos. Parecía querer acortar distancias. Que la frialdad del momento desapareciese. La miró directamente a los ojos y los suyos la volvieron a dejar estupefacta. En ellos había misericordia. Pero mucho dolor. Era como si le dijesen que no podía hacer nada a pesar de que trataba de comprender el porqué de que hubiera envenenado las aguas del poblado. Casi 50 personas habían perecido. Otras tantas padecían fiebres y diarreas. Y la población era de poco más de 200.
Se echó a llorar. Pero no bajó la mirada. Y cuando por un momento fue a hacerlo... él le levantó el mentón con suavidad. "Por favor, no hagas eso. Sólo dime por qué lo has hecho".
- Soy madre soltera. Sabes muy bien lo que pasó. Me violaron un día que fui a recoger leña para combatir el frío del invierno. De eso ya han pasado casi 6 años. Y desde entonces sólo he recibido menosprecios y humillaciones. Por suerte, Claudia nunca lo ha visto ni las ha padecido. Pero escucha cosas. Y a medida que pasa el tiempo la van apartando como si fuera una apestada. ¿Qué culpa tiene ella de todo ello?
- Ninguna, pero vivimos unos días muy oscuros. La superstición parece dominar estas tierras por mucho que me esfuerce en abrir los ojos de la gente.
- Ya... ¿Y por qué me tiene que repudiar el cura? En palabras suyas, soy un ser endemoniado que buscó la lujuria de la carne. Incluso tras ejecutar al cabrón aquel después de que confesara... sigo siendo una apestada. ¿Qué tengo yo que ver con todo ello?
- Si te sirve de consuelo... ha abandonado el pueblo esta misma mañana. Mandé un informe a las altas esferas de la Iglesia. Y aunque tarde, han tomado partido. Y ha sido en tu favor.
- ¿Y de qué me sirve eso ahora? Sé que voy a ser ejecutada. Y aunque no lo fuera... todo este estigma duraría toda la vida. Claudia lo sufriría también en sus propias carnes. Y lo más seguro es que sus futuros hijos también. ¿Es que no lo ves? ¡Vivimos en un mundo enfermo!
- Sí, lo sé. Comparto tu visión. Pero tengo que hacer cumplir las leyes. Y será mañana por la mañana. Te quemarán en un fuego en la plaza del pueblo.
Las lágrimas comenzaron a cruzar el rostro de los dos. Aquello la dejó atónita. ¿En serio estaba viendo eso? ¿El Amo y Señor de aquel lugar estaba llorando por una persona que era culpable de semejante atrocidad?
- Sí, lloro por tí. Porque no te considero culpable. Eres víctima de unas nefastas circunstancias. Ojalá pudiera quemar a todos los vasallos que te empujaron a hacer lo que hiciste. Sería lo justo. Pero las leyes son las leyes. Y hasta ahora no hay ninguna que condene lo que te han hecho. Hasta que la religión deje de cimentarse en estúpidas supersticiones no podremos hacer nada. Sólo nos queda tratar de educar a la gente desde la humanidad; y eso va a ser un camino muy largo. Puede que ni mis nietos lo vean.
- ¿Nietos? ¿Me hablas de tus futuros nietos? ¿Qué va a ser de mi hija? ¿Qué va a pasar con Claudia?
- La educaré como si fuera mía. Tendrá una hermana en mi hija. Trataré que lleve todo esto lo mejor posible. Le diré que has tenido que irte por trabajo. Que volverás tarde o temprano y que nunca la olvidarás. Será difícil, pero el día de mañana le contaré toda la verdad. No sabrá nada de lo que te pasó hasta que yo lo decida. E iré preparándola poco a poco. ¡Pobre de aquel que le diga o comente algo! Es lo único que puedo hacer por las dos. Ella no tiene culpa de nada.
La mujer rompió a llorar. Pero también reía. Agachó la cabeza y dio cuatro golpes contra la mesa. Él se la agarró dulcemente y la volvió a mirar a los ojos. "Beatriz, por favor, no hagas eso. No les des la satisfacción de verte claudicar. Saca tu orgullo y lleva la cabeza alta. Saca pecho. No tienes que pedir perdón. Y mucho menos humillarte. Eso lo tengo que hacer yo ante tí. Si hubiera estado atento, si hubiera prestado atención a mi servicio de informantes, nada de esto hubiera pasado. Soy yo el que te tiene que pedir perdón y humillarse".
- Sí, pero yo seré quemada y tú te quedarás aquí.
- No me lo recuerdes. Lo sé. Pero no sé por dónde empezar.
- Prométeme que Claudia no va a enterarse de nada.
- Te lo prometo.
- ¿Puedo volver al calabozo?
- Cuando quieras. Mañana por la mañana llevaré a Claudia con mi hija. Irán de viaje. Pasará un día agradable. Al llegar a casa le contaré lo que te he dicho.
- ¿Cómo se llama?
- ¿Quién?
- Tu hija...
- Madeleine...
- Es un nombre muy bonito...
- Su madre se llamaba igual. Falleció en el parto.
- Lo sé. ¿Nunca has pensado en volver a casarte?
- No, nunca.
- Vaya, qué curioso. ¿Y cómo vas a asegurar la sucesión? Es hija única... y el puesto es para los varones....
- Ya veremos qué hacemos cuando llegue el momento.
- ¿Puedo irme ya? Claudia estará impaciente.
- Sí, lo sé. Tiene que estarlo. Pero el camino de vuelta lo harás conmigo. Aunque no hablemos de nada mas. Y quizás sea lo mejor.
- Estoy de acuerdo.
- ¿Vamos?
- Por favor...
Tal y como acordaron, no dijeron nada durante todo el trayecto. El frío de los pasillos se le metía hasta los huesos, pero a Beatriz no parecía importale. Aunque estuviera tiritando. Al ver esto, el Conde cogió su chaqueta y se la puso sobre los hombros. Aunque en un principio hizo un gesto de reproche, a continuación mostró otro con el que mostró su agradecer. Y así caminaron hasta llegar al lugar que daba acceso a los calabozos.
Al fondo, observaron la luz que salía de la celda en la que estaban las dos niñas. Sus risas también se percibían, aunque en voz baja. "Vaya, parece que le ha dicho que no tienen que hacer mucho ruido", pensó la mujer. "Ojalá hayan hecho buenas migas", deseó mientras las lágrimas volvían a surcar su rostro.
Al ver esto, el Conde volvió a cogerla suavemente del mentón e hizo que levantará la cabeza. La había agachado sin darse cuenta. A continuación, sacó un pañuelo y le limpió el rostro. Parecía que no quisiera que Claudia notara lo que acababa de pasar. De hecho, Beatriz había tratado por todos los miedos que no la viera así. Y llevaban una semana en aquel lugar. Sólo cuando la niña estaba profundamente dormida daba rienda a toda su rabia y tristeza.
Se detuvieron antes de atravesar la puerta. Estaban completamente distraídas jugando con la piedra y el palo. Este lo habían partido por la mitad e iban tirando la roca de una lado a otro. Quizás habían inventado un juego, pues les dio la impresión que tenía algunas reglas y puntos de por medio. Sonrieron. Las veían cómodas y felices. Beatriz suspiró aliviada. Pero el mal cuerpo que sentía por lo que a la mañana iba a suceder le costaba disimularlo. Cogió aire de una forma muy profunda y lo aguantó en sus pulmones buscando relajarse.
El Conde dio un paso adelante. "Hola, Claudia, ¿sabes quién soy?".
La niña levantó la mirada y lo observó detenidamente.
- No. Pero diría que eres el papá de Madeleine... tenéis los mismos ojos.
- ¿Sí? ¿En serio te lo parece? Me recuerdan más a los de su madre. Los suyos eran muy bonitos.
- Usted es el Conde. ¿Por qué está aquí?
- Me gustaría que las dos seáis buenas amigas. Además, mañana haréis una excursión juntas. Necesitas que te de el aire. ¿Qué te parece ir al monte?
- ¿Puede ir mamá?
- Esto te lo iba a decir ella mañana, pero va a salir de viaje. Aunque vendrá pronto a buscarte. Me ha dicho que le ha salido un trabajo y que, por ahora, te tendrás que quedar aquí.
- ¿Sí? ¿Eso es verdad, mamá?
Un nudo en el estómago de Beatriz hizo acto de presencia. ¿Que acababa de hacer el Conde? Aquello no era lo que tenían acordado. Aunque, quizás, fuera mejor así. Pasaría mejor la noche pese al desenlace que tendría lugar al amanecer.
- Sí, así es. Me voy a la otra punta del país. Es un viaje de dos semanas. Pero prometo que te escribiré todas las semanas....
- Pero, mamá... si tú no sabes escribir....
- Siempre hay alguien que lo puede hacer de mi parte. Y si quieres puedes leerlas con Madeleine.
- Vale, está bien.
¿Qué acababa de hacer? ¿Cómo había podido prometerle eso? De repente, notó que el Conde le agarraba la mano con una fuerza que denotaba comprension. Parecía que había notado su consternación.
- Bien, chicas. Por hoy es suficiente. Tenéis que ir a dormir. Mañana va a ser un día largo... y duro.
Cuando aquel hombre dijo esto último no pudo disimular la forma en que por un momento se le atragantaban las palabras.
Las dos niñas asintieron al unísono. Madeleine se tiró a los brazos de su padre. Y Claudia hizo lo mismo con la suya. "Venga, ya es tarde. Es hora de descansar. ¿Nos vemos mañana?", les preguntó el Conde sin poder mirar a Beatriz.
- Sí - respondieron a la vez las dos chavalas.
"Sí, mañana va a ser un largo día. Lo mejor es que descansen", comentó Beatriz tras un largo silencio mientras tenía aupada a su hija y la abrazaba con fuerza. "Ahora debéis ir a dormir... y tenéis que prometerme que seréis buenas, que no haréis ninguna trastada durante la excursión".
Las dos lo prometieron en un gran estruendo de algarabía. Fue entonces, y todavía sin poder mirar a Beatriz, que el Conde comenzó a abandonar el lugar con Madeleine en brazos. "Nos vemos mañana", dijo.
- Sí, mañana nos vemos.
Esto último que dijo Beatriz lo llevó a cabo con una voz casi inaudible, pero el Conde la escuchó y le hizo un gesto con la mano. Lo que la mujer no pudo ver era que trataba de aguantar las ganas de llorar por no asustar a las niñas. Poco a poco, y en un absoluto silencio, abandonó el lugar.
Tras quedarse solas, Beatriz llevó a Claudia a la cama. Quizás fuera por el cansancio que le causó la experiencia, pero se quedó dormida casi de inmediato. Y ella se fue metiendo poco a poco procurando abrigarla con la manta y el calor de su propio cuerpo. Se quedó pensando en lo que sucedería cuando se levantaran, pero decidió quitarle importancia. Y sin darse cuenta, también fue sumergiéndose en el mundo de los sueños. Ahí vio un bosque. En él había una cabaña. La figura de una fémina ya adulta la saludaba en compañía un niño y una niña. Sí. Aquellos eran sus nietos y ella... ella era Claudia recibiéndola con una sonrisa de oreja a oreja. "Bienvenida, mamá. Por fin estás en casa".

Comentarios
Publicar un comentario