EL DIVINO ORDEN

Decían que había que volverse un hombre.

Ser hecho y derecho,

también de provecho.

Siempre llevando los pantalones

junto al peso de la casa

convertida en un alcázar.


Y detrás de las paredes

ser aquel Rey que glorificaba

cada momento con su presencia

infalible que representaba lo perfecto.


Y marcar el divino orden

tal y como dictaban las normas

diciendo cómo debían ser los días

en el cobijo de lo que se decía era recto. 


Hasta decían cómo debían de ser.

Ser justos y sabios

al seguir un patrón.

Construir desde la fuerza límites

hacia cada forma de actuar,

incluso hasta la de pensar.


Incluso lo íntimo llevaba su nombre,

aunque se vistiera de recato

o dijera buscar asegurar las mañanas.


Y las letras que con la sangre llegaban a entrar

no alcanzaban un significado 

ajeno a lo que les eran dadas tener.





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