EL MONSTRUO SOCIAL
Ese aliento rezumaba
la caótica combinación
al alcohol desde una fuerte
bebida y aquella combustión
del tabaco que fumaba.
El sudor acariciaba
aquel rostro tan marcado
por su febril vorágine
a la que había sometido
su cuerpo entre la figura.
Pero finos eran
esos rasgos que antes
fueron tan hermosos.
Su porte apolíneo
aún disimulaba
todos los vaivenes
con los que castigó
todo su organismo.
Siempre educado,
atento y servil,
era idealizado
en el vecindario
como el perfecto
ciudadano útil
pese a aquellos vicios
que nunca resguardo.
Ahora, después de acechar
como era su costumbre
a sus presas, esos trofeos
con los que la excitación libraba,
tumbado como estaba
encima del siguiente
botín que había capturado,
sus jadeos liberarse parecían.
A él solo se le escuchaba.
Petrificada por la situación,
al estar sobre el suelo tumbada,
parecía palidecer
la inocencia. La fría y fina
hoja que acariciaba su rostro
se esfumaba en la presión que sentía
al ir adentrándose.
El maltrato de su infancia,
los abusos, aquel control
devastador por las mentes
dominadas por sus creencias,
toda aquella tan mísera
rabia, tenía en un principio
una salida, un escape
al volcarla entre criaturas.
Encontraba placer,
y la tranquilidad
que tanto anhelaba,
volviendo el reflejo
desde su padecer
hacia las criaturas
que en consuelo servían
a su sufrimiento.
Fue momentáneo,
e igual que una droga,
necesitó de más
al crecer su insatisfacción.
Y fue primero
en el tamaño hacia
lo que dio prioridad
en su futura perfección.
Fue creciendo su ansiedad
a medida que se volvía imparable.
Llegó aquel momento
en que comenzaría a cazar humanos.
No eran más que unas presas
en su percepción. Siempre diferentes.
Simples objetivos
que nada tenían que ver con su fondo.
La rabia crecía.
Pero le excitaba también
jugar con sus perseguidores. Aquellos
que representaban
a la sociedad
que renegaba de él
cuando era cómplice de haberle construido
y le condenaba.
Clavó la hoja profundamente.
Mientras cortaba alcanzó el éxtasis.
Extrajo las vísceras a la par
que saboreaba el sudor de su recompensa.
Esas vísceras lentamente
acarició. De nuevo el elixir
le hacia estar dispuesto en su comulgar.
Otro instante de placer al último exhalar.
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