La historia del porro que se fumó sin darle importancia (IV)


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Allí sentados, mirando el fluir de las aguas, parecía que le estaban dando la espalda a una pequeña parte del mundo. Fue en ese momento, justo cuando iba a encender aquel porro que tenía guardado, que el viento comenzó a soplar con fuerza.

- Vaya, - comentó - parece que se acerca una tormenta.

Su acompañante oteó los cielos que cubrían el lugar. Unos oscuros nubarrones se acercaban. "Eso parece".

Sin más dilación, lo encendió. La primera calada le hizo saborear un sabor dulce y compacto. Lo guardó durante un rato en sus pulmones. Dio otro "tiro" y se lo pasó a su acompañante. "Esta vez parece que te has lucido. Está realmente bueno", le dijo.

En aquel instante volvió a levantarse el viento. "A ver si nos da tiempo a fumarlo antes de que empiece a llover", soltó su compañero. Una mujer de unos 50 años pasó delante de ellos. Vestía elegantemente un pequeño sombrero. Este se escapó por una racha de Eolo y fue a parar a los pies del banco en el que estaban sentados. Tratando de ignorar aquellos primeros síntomas del "morón", lo recogió y se levantó con tal de devolvérselo. "Tenga, que parece que hoy todos nos vamos a despeinar". Le sonrió bajo aquella mirada de ojos marrones. "Gracias", y siguió su camino.

Cuando se volvió a sentar le pasó el tema. "¿Nos arriesgamos a quedarnos aquí o cambiamos de lugar antes de que empiece a jarrear?", preguntó mientras habría una de las bebidas que habían guardado en la pequeña mochila que llevaba el otro. "Arriesguémonos; total, si empieza a llover tenemos un refugio a tiro de piedra", esgrimió mientras sacaba un par de bollos. Le ofreció uno y este le volvió a pasar el "fumeque".

- Nunca había entrado en esa tienda. Tienen una bollería cojonuda. - Le reveló el último mientras saboreaba con agrado la "vitamina" con la que combatirían el "pajarón".

Empezaron a caer las primeras gotas. Apagaron el porro y lo guardaron en una pequeña cajita metálica. Salieron del lugar a paso rápido en dirección a la enorme iglesia que se veía desde allí. Llegados allá, giraron a su derecha, justo a un pórtico que daba la entrada a una plaza que estaba totalmente cubierta. "Vamos al bar que está al fondo... Pediremos algo". Avanzaron hacía su derecha y después cogieron el paseo que giraba a la izquierda, justo hasta el final. Allí, en una esquina que daba a otra de las entradas, pidieron un par de cafés en el bar que había. "Si vais a fumar, alejaos un poco, no sea que vayan a venir los municipales", les sugirió el camarero.

Se metieron en el pequeño pórtico que había y volvieron a encender el tema. "Tú y tus manías, menos mal que esta vez nos han servido de algo". Dio otra calada y se lo volvió a pasar. "Ya, mejor hubiera sido fumármelo por el camino y dejarte sin nada". Se rieron mientras bebían el café. En el exterior, la lluvia caía con fuerza. Habían llegado justos al lugar, pero no esperaban que fuera a caer con tanta fuerza. Aquello parecía el Diluvio Universal.

- Me pregunto qué habrá sido de la mujer.

- Pues la he visto bastante por aquí. Como no sueles salir de tu barrio y estás todo el día fumando porros no te enteras.

- Calla, anda. Menos mal que eres puntual. El día que tardes será señal de que algo te ha pasado.

- Sí, que he tenido a urgencias porque me he hecho un esguince de tanta paja.

- ¿Dónde?

- ¡A ti te lo voy a decir!

Se rieron de tal forma que la gente que paseaba por el lugar resguardándose de la lluvia les miraron asombrados.

En estas salió el camarero. "Chavales, bajar el volumen, que me espantáis a la clientela". Tras pedirle disculpas, le pidieron un par de Coca Colas. Cuando se las sirvió, fueron al mismo lugar. Había dejado de llover y la temperatura había dado un bajonazo terrible. "Menos mal que llevamos sudaderas", se dijeron. Acordaron no hacerse otro mientras estuvieran ahí. Con un par de llamadas de atención ya habían tenido más que suficiente. Además, se le ocurrió que podían ir a la exposición de cuadros que iban a inaugurar cerca de su casa. "El caso es tener que hacerme andar y que la vuelta se me haga eterna; pero venga, vamos", aceptó.

- Llegaremos habiendo empezado, espero que nos dejen entrar.

- Pues si no podemos ya veremos los que haremos.

- Pues arreando.

Iniciaron su marcha. Atravesaron un pórtico y luego giraron a la izquierda. Llegaron a una de las plazas del municipio. Esta era un lugar señalado en la gente cuando querían quedar. Desde allí, fueron a una de las calles que daba al la zona antigua. Se adentraron en ella y fueron dejando atrás los bares con sus terrazas hasta llegar a otra todavía más larga. Su parte final llegaba hasta el río y ahí había un puente que deberían atravesar. Otra vez a la izquierda y a apenas 200 metros estaba el lugar al que se dirigían. Al querer entrar una mujer les indicó que tendrían que esperar al día siguiente. Estaba el aforo completo e iban a cerrar en media hora. Era la misma a la que el viento la había despojado del sombrero. "El mundo es muy pequeño, pero no os puedo dejar entrar. Gracias otra vez". Les había reconocido.

- ¿Qué hacemos ahora?

La mujer les miró. "Podéis hacer una cosa. Si tiráis hacia arriba de la cuesta encontraréis una pequeña sala. Tienen exposiciones y una pequeña sala de cine. Creo que hoy proyectan una película. Si os dais prisa podréis verla, fijo que es bastante interesante". Se quedaron sorprendidos. Durante un pequeño instante no supieron qué decir. "De acuerdo. Iremos allá. Muchas gracias". Con otra sonrisa se despidió de ellos.

Al llegar miraron el calendario de eventos. En menos de una hora iban a proyectar la "Candilejas" de Chaplin. "¿Y si nos fumamos otro y nos quedamos a verla?", le preguntó su acompañante. "Vale. Además tenemos las casas prácticamente al lado. No nos costará irnos a ellas". Rieron sonoramente mientras esté último volvía a sacar la placa de hachís. Lo hicieron en la entrada de un parking que al lado había. Con mesura, pero más rápido de lo habitual, fue quemando la piedra mientras el otro sacó tabaco y papel. Lo mezcló todo sin ningún problema y lo fumaron. Sin prisa, tenían tiempo. Al acabar fueron a recepción.

Atravesaron la puerta y vieron a un chico de unos 30 años. Era más joven que ellos. "Disculpa, ¿dónde tenemos que ir con para ver la película?". Este, que no se había percatado de su entrada, levantó la vista de los papeles que estaba leyendo. "Ah, vale, la película. Subid por esas escaleras y coged el ascensor. Es en la primera planta. Cuando salgáis, a la derecha tenéis los baños. La sala está al final del pasillo, a la izquierda". Le dieron las gracias.

Subieron cinco escalones y se encontraron con la puerta del ascensor. Parecía estar escondida. Llamaron y, cuando llegó, se adentraron en él. Pulsaron el botón y este fue ascendiendo. Aunque era tan silencioso que no lo notaron. Al abrirse la puerta vieron los baños. Los dos entraron en él. Había un espejo a la izquierda y debajo suyo los lavamanos. En frente, los urinarios anclados a la pared. Los baños cerrados a la derecha. Hicieron sus necesidades y se asearon. Al salir, se dirigieron a la sala. La encontraron sin ningún problema. Se percataron que había un pequeño patio a su derecha. Este tenía una segunda planta. En ella se celebraban las conferencias y exposiciones. Pero entraron directos a la sala de proyecciones. En 10 minutos arrancaría la película y estaban completamente fumados.

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