Sobre el pecado de la Gula y alguno que otro más

14/IX/2020

mott.pe

Día tras día, mes tras mes, año tras año, siglo tras siglo,...

Estaba en aquella larga mesa comiendo y comiendo. Veía la forma en la que la comida iba apareciendo y cómo la engullía sin que acabara el hambre, tampoco la sed. Las bebidas alcohólicas regaban su paladar sin que notara sus efectos.

Toda clase de productos gastronómicos corrían delante suyo al igual que las distintas bebidas espirituosas. Nada, nada de lo que ingiriera le saciaba. Tampoco engordaba o perdía peso.

Miraba las horas mientras continuamente iba engullendo y estas primeras parecían no alterarse al estar prácticamente quietas.

No había nada que le llenara. Su vacío era igual de grande que la estancia en la que se encontraba. Esa que, aunque no pareciera cambiar de tamaño, se hacía cada vez más grande. Al igual que el enorme agujero que tenía es su abdomen, ese gran agujero que nunca se cerraba y por el cual salía la comida sin que el proceso digestivo hubiera hecho hecho mella en ella.

Los jugos gástricos se desparramaban por él mientras le provocaban unas profundas náuseas que no le impedían seguir engullendo sin cesar. No había nada que pudiera hacer para detener todo aquello.

Durante décadas había esclavizado a miles de ciudadanos que estaban a su servicio sin que tuvieran el derecho a discernir de sus decisiones con la palpable condena a muerte mientras él se atiborraba cuando ellos se morían de hambre.

Y ahora, esos mismos a los que condenó, le observaban con su radiante cuerpo en una fiesta perpetua donde todos los sinsabores de su anterior existencia quedaban relegados a un lado y no sentían rencor alguno hacia ese que observaban. Es más, deseaban que su castigo cesara, pero no dependía de ellos.

Esto dependía del Guardián de aquella celda. Ese que estaba pendiente también de aquellos a los que todavía invadía el odio y el rencor hacia aquel que le subyugó en el pasado. Ellos también tenían su castigo particular mientras se reían del sufrimiento del que les martirizó en vida. Sufrían trabajos forzados a pesar de no sufrir las calamidades de aquellos días. Su dolor era enorme por el mero hecho de sentir ese resentimiento.

Los que le perdonaron le cantaban. Lo hacían para apaciguar su sufrimiento y que los Otros consiguieran superar ese estado de círculo malicioso donde su risa era igual que el de hienas hambrientas cuando ven la poca carroña que les ha dejado otra especie depredadora. Si por ellos dependiera saltarían sobre él y lo devorarían para después disfrutar de los mismos manjares a pesar de condenarse eternamente por ese mismo acto.


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