LA ANGUSTIA DE LA DESORIENTACIÓN
Estaba desorientado,
nunca se había sentido así.
A su alrededor miraba.
¿Dónde estaba?
Sentía náuseas.
Todo su cuerpo temblaba.
Sentíase un triste maniquí
que vagaba maniatado.
Un frío temblor en sus manos sentía.
El tiempo se había parado
aunque estuviera avanzando.
El sudor el cuerpo le recorría.
Sentía temblores en cada rincón
de su febril anatomía.
Y las náuseas reaparecían
en un viaje que no tenía ocaso.
Se acurrucó sobre el piso.
Sus piedras eran afiladas cuchillas
que cortaban su piel.
Pero no percibió dolor.
Fue al percibir esa sangre derramada
que sería consciente.
Y sabía dulce
a la par que producía
un raro placer.
Pero su Norte
con dureza se escondía
sin presentarse.
Fue la presa del Pánico.
Este le asaltó saliendo de una esquina
sin casi inmutarse
al realizar un único
movimiento desde la clandestinidad.
Lo tenía de frente.
Su saturado aliento saboreó.
Irradiaba la malicia
a la par que se relamía
y olfateaba todos sus secretos.
Unos níveos colmillos relucían,
pero finalmente fueron
unas garras en degüello
las que un atroz desenlace abrirían.
A por su yugular fueron.
Baldío se sentía al percibir
que había sido atravesada.
¡Cómo aullaba!
Su costillas
habían resultado rotas
después de caer y sucumbir
al suelo de su habitación.
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