LOBO
Colocó suavemente aquel taburete y se sentó sobre él. Observó entonces el expositor que contenía las distintas botellas con los licores que había en su interior. Giró la cabeza y pudo contemplar el interior de aquel bar. Estaba oscuro e iluminado con una fina luz que dejaba ver el humo del tabaco que consumían las personas que allí había. Las mesas estaban separadas por columnas, recreando unos pequeños espacios que parecían particulares, pero abiertos a la vista. Parecía que el ruido de la música haría imposible que se escuchara las distintas conversaciones de aquellos que en ellas estaban. Una mesa de billar en el centro de la estancia, tres máquinas de dardos y un pequeño escenario desde el cual, de vez en cuando, se realizaban conciertos.
Alguien le toco el codo. Era uno de los dos camareros que en aquellos momentos se encontraban en el lugar. Le preguntó qué quería. “Una jarra de cerveza y unos frutos secos, por favor”. Mientras tiraba la bebida se percató de que había una mesa libre al fondo, justo la que estaba inmersa en la zona más oscura del local. El camarero dejó caer un reposavasos y le entregó la bebida junto a los aperitivos. Le pagó al instante no sin antes indicarle que se iba a sentar en aquella mesa y que estaba esperando a alguien, por si preguntaban por él. Conocía al empleado, por lo que este no puso ningún inconveniente a ello. Cogió lo que había pedido y se dirigió al lugar escogido. Avanzó despacio. Se sentó en los bancos que daban a la pared, enfrente, a unos diez metros, estaba la puerta que daba a los baños y al almacén. Sacó el móvil, también el paquete de tabaco y el mechero. Los dejó a su derecha, con la bebida y los frutos secos delante de él.
Dio un primer trago a la bebida. Estaba fresca y calmaba la sed. Lo próximo que hizo fue llevarse a la boca varios maíces, el aperitivo que le habían puesto. Lo hizo con la mano derecha, agarrando unos pocos y cerrando la mano. Se llevó esta a la boca alzando la cabeza suavemente, luego abrió un poco la mano dejando que su contenido se fuera deslizando al interior de su boca. Mientras los masticaba notaba la manera en que se iban partiendo e iban convirtiéndose en una fina masa que se iba endureciendo al contacto con su saliva. Después de tragarlo dio otro sorbo a la cerveza. Le ayudó a pasar el contenido y sirvió para que no quedaran rastros de lo consumido. Su temperatura era más que agradable. Se pasó la mano izquierda por el rostro y cogió un cigarrillo. Lo prendió y dio la primera calada. Fue profunda y dejó que le llenara los pulmones. Dejó que llenaran estos durante un rato y lo exhaló. La fina humareda parecía llenar el lugar. Estaba todo bastante tranquilo. Quince mesas repartidas por el lugar de las cuales estaban ocupadas la mitad. Movió el cenicero también hacia su derecha y cogió el móvil. Se puso a leer el periódico mientras fumaba el cigarrillo y dejaba la ceniza creada en el cenicero.
Leía los titulares. Si alguna noticia le parecía interesante lo hacía con todo su contenido, aunque en realidad lo hacía con la intención de gastar un poco de tiempo. Se paró en la zona de deportes. Ahí centro su atención. Después de tanto tiempo le seguía fascinando la manera en que realizaban las distintas crónicas, la forma que tenían de describir las hazañas de los distintos deportistas o la capacidad de narrar lo acontecido en una etapa ciclista o un partido de cualquier deporte. Centró su atención en el combate de boxeo que se había celebrado la noche anterior en esa misma ciudad. Él había estado allí y, aún así, le sorprendía los diferentes puntos de visión que tenían los narradores respecto a la impresión que había sentido. Leyó tres diferentes, todas ellas con un estilo personal que dejaban ver la pasión que estos le conferían a lo que habían vislumbrado. Aquella habilidad a la hora de usar la palabra con el propósito de describir una situación. Todos ellos lo hacían sobre lo mismo, pero lo hacían de una manera tan diferente entre ellos, cada uno reflejaba una pasión que, por momentos, parecía que se complementaran y se pudiera crear una sola uniéndolas con la suya… estaba completamente absorto. Entonces dejaron otras dos jarras de cerveza sobre la mesa junto a más aperitivos. Era la persona a la que estaba esperando. No se había percatado de su presencia. “Te estás volviendo descuidado, viejo amigo. ¿Llevas mucho tiempo aquí?”, le dijo con una sonrisa.
Le devolvió la sonrisa. No, a decir verdad llevaba media hora, pero había querido llegar un poco antes y, de esa forma, poder aislarse y estar consigo mismo antes de que llegara. Su acompañante se sentó despacio. No perdió la sonrisa en ningún momento y siempre le miró a los ojos con los suyos, marrones oscuros que contrastaban a la perfección con su tez morena plagada de esa sombra de barba de una semana que acostumbraba a llevar desde mucho antes de que se conocieran. Sacó un paquete de tabaco y le ofreció un cigarrillo antes de encender uno. Rechazó la invitación, acababa de terminar uno. Terminó de un trago los restos de su cerveza mientras el otro empezaba la suya e iba cogiendo maíces de uno en uno. “Hacía tiempo que no nos veíamos. Pareces más viejo, pero no has cambiado nada. Tal vez tienes la vista un poco más cansada, pero nada más”, le dijo. “Tengo la misma impresión sobre ti”, contestó. Habían pasado casi doscientos años desde que se vieron por última vez. Doscientos años desde que terminara aquella maldita guerra que casi acabó con todos ellos y les obligó a vivir de una manera nómada con tal de no ser descubiertos, aunque siempre había posibles noticias sobre ellos y el folclore parecía estar cargado de sus historias. Pero ahora estaban allí, sentados igual que en los viejos tiempos. Él, un impuro que había recibido aquella existencia por parte de aquel, quien había nacido con esa condición después de que le engendraran su progenitores, aunque nunca le reveló si eran puros o convertidos, aunque eso le volvían a él en un “Sangre Pura”.
“Parece que todo vuelve a empezar de nuevo”, comenzó diciendo. “El ego se ha vuelto a apoderar de nuestra especie. El ansia de poder se está volviendo a repetir y están cometiendo las mismas barbaries que en tiempos anteriores. Dos facciones, otra vez dos facciones. Puros contra impuros, lo puro contra lo impuro. Gente de primera contra los de segunda y todo por esa maldita sensación de creernos superiores unos entre otros y hacia los humanos. Ganado, ¿te suena? Los están volviendo a considerar como tal. Las dos grupos presentan unos planteamientos iguales. Simplemente les separa eso, si son puros o no. Los que no lo son se están apresurando a traer infantes al mundo que no tengan esta condición. Vuelven a alimentarse de humanos. Nuestra naturaleza animal parece haberles vueltos a poseer y se dejan llevar por ella. Juegan con ellos, los amedrentan, acorralan y después los consumen. Lo llevan a cabo igual que un deporte, como si en la caza del zorro los humanos fueran estos y hubiera que cazarlos simplemente para pasar el rato. Inferiores. Les ven así. Un simple ganado que tiene que estar dispuesto a servirlos. Si supieran cuántos de nosotros han logrado avances de los cuales nos beneficiamos todos, tanto ellos como nosotros, y las veces que hemos colaborado abiertamente, aunque siempre sin mostrar nuestra identidad. Somos la tercera parte de este conglomerado y nos vamos a ver obligados a tomar otra vez cartas en el asunto. He visto cuatro guerras en mis 1.500 años de vida y nunca han traído nada bueno. Y en esta, amigo mío, parece que las que llevamos de perder somos nosotros, los que pretendemos seguir viviendo desde el anonimato disfrutando de los placeres de este mundo y lamentándonos por su barbarie.”
Lo observó atentamente. Él “simplemente” tenía poco más de 500 años. Sabía lo embriagador que resultaba su naturaleza. Su fuerza, su aparente inmortalidad, sus finos sentidos, el poder transformarse y vagar desnudo bajo la luz del Sol o de la Luna. El ego que se adueñaba de uno al ver como inferiores a aquellos que en un momento dado fueron como él. Es cierto que no podía comprender lo que sentían unos “Sangres Puras”, aquellos que no habían experimentado la naturaleza humana a pesar de caminar junto a ellos o emparentarse con ellos. En esos casos nacía otra clase de “Sangres Puras”, aunque solo lo fuera por una parte. Así se dividieron durante toda su historia sobre la cual no parecía saberse sus orígenes. Los nacidos por dos “Sangres Puras”, de uno o los que habían recibido esa condición por alguna de esas partes, como era su caso. No había ninguna diferencia entre ellos, no sucumbían de forma natural, disfrutaban de la naturaleza del lobo cuando querían o sentían la necesidad de ello (los cuentos de la Luna Llena eran supercherías, al igual que la alergia a la plata), dejaban de crecer al tener unos 35 o 40 años a no ser que fueran creados, entonces quedaban “atrapados” en esa imagen. No tenían diferencia en fuerza o sentidos, no se diferenciaban en nada, solo en la forma de venir al mundo y en la dura transición que experimentaban hasta que conseguían aceptar su condición (si habían sido creados). También en las diferentes personalidades. Algunos disfrutaban de la soledad, otros de la compañía, pero al igual que el lobo y los humanos eran seres sociales. Y al igual que los humanos eran solidarios, egoístas, creativos, destructores,… Un híbrido que algunos creían perfecto y que debería dominar el mundo sin contar a los que consideraban “ganado”.
Acabaron la cerveza y salieron del local. Estuvo todo el rato pensando sobre lo que le había dicho y las noticias tan “extrañas” que ocupaban últimamente los periódicos. Sí, todo parecía indicar que había comenzado de nuevo. Y él, como hace 200 años, estaba otra vez a punto de luchar por su supervivencia. En aquella ocasión logró sobrevivir milagrosamente. Se firmó una tregua en el momento que peor lo estaba pasando. Fue atacado y logró recuperarse, pero estuvo inconsciente durante una semana. Al despertar parecía que había finalizado aquella confrontación de más de 50 años. Y esta, aunque no sabía cuánto iba a durar, parecía que iba a ser más cruenta. Nuevos tiempos, nuevas tecnologías, el mismo instinto, el mismo conflicto. La noche era fresca y estaba nublada. Una suave brisa traía el aroma del lago que había a las afueras de la ciudad. “Llevo sin transformarme desde hace 200 años. Me prometí que no lo volvería a hacer a no ser que fuera necesario. Y parece que ha llegado el momento. Necesito hacerlo en paz una última vez. Antes de la lucha cuerpo a cuerpo. Dame dos horas y quedamos en el claro que hay en aquel valle.” Su creador le hizo un gesto afirmativo. Fue a su furgoneta y se despojó de la ropa. La dejó en el maletero. Acarició la fina hierba con los pies. Respiró profundamente. Dirigió toda su energía hacia su estómago y corazón. Este se aceleró mientras el nudo que en el estomago se creaba pasaba a su columna vertebral al transformase y hacerle ponerse de rodillas. Sus huesos, sus músculos y órganos se iban mutando en medio de un inmenso dolor mientras su cuerpo se iba llenando de un vello marrón. El dolor era insufrible, pero termino rápido. Sintió una inmensa paz. Ahora podía correr, saltar, aullar, oler la noche y los rastros que había dejado el día. Contemplo el horizonte desde un risco y vio el valle al que se dirigía. Sus fuertes pezuñas golpeaban el suelo mientras iba al lugar acordado.
A medio kilómetro del lugar se paró en seco. Estaba todo en silencio, pero podía escuchar un quejido lastimero. El olor era el de su creador y parecía que no estaba solo. No eran otros congéneres, eran humanos. Aulló al cielo y le contestaron otros tres. Pero estaban lejos. Demasiado lejos. Tendría que actuar en solitario. Fue hacia allí. Todo estaba en un profundo silencio, pero el olor humano era inconfundible. Sobre el suelo estaba el impactante cuerpo de su creador convertido en lobo. Era negro, imponente y majestuoso, un poco más grande que los lobos normales. Parecía adormecido, pero se notaba que había sido golpeado. Daba la impresión que estaba allí como un señuelo. No conseguía dar con los humanos, pero su presencia era palpable. Eran muchos. Notó entonces la manera en que aquel perdía su estado natural, su perdida de pelo, la forma en que se retorcía mientras iba volviéndose a su estado humano. Respiraba angustiado, de una forma entrecortado, el sudor que le recorría el cuerpo dejaba que se reflejara la luz de la Luna. Finalmente pareció quedar completamente inconsciente. Cuatro hombres salieron entonces desde las sombras. Lo ataron de pies y manos y lo izaron para después meterlo en una furgoneta que apareció siendo escoltada por una decena de coches negros. Se lo llevaron del lugar. “La guerra ha comenzado, pero no es entre nosotros”, le susurraron al oído. Miró a su derecha. Allí había una loba de color gris y blanco con unos ojos que rezumaban rabia por lo que acababan de presenciar. “Ha sido una trampa. Saben de nuestra existencia y parecen estar dispuestos a exterminarnos. Lo más seguro es que lo lleven a un laboratorio y le hagan pruebas. Así nos comprenderán mejor. Posiblemente descubran cosas de nosotros que ni siquiera sabemos. La única esperanza que tenemos es que sigan sobre la tierra los Antiguos. Los que caminaron antes de que fuera fundada Roma, los que aullaron antes de que Egipto se llamara como tal. La guerra no es entre nosotros. Todo ha sido una orquestación.” En ese instante llegaron los otros dos. Los cuatro comenzaron a aullar.
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