El comienzo del viaje de Neoptólemo



A lo lejos, podía ver una embarcación oscura acercándose. Sin duda alguna, esta pertenecía al pueblo de los mirmidones. Y eso sólo podía significar que su padre había fallecido en batalla. Que era el momento de poner a prueba toda la educación que le fue inculcada. La gloria le esperaba. O por lo menos eso decían los augurios que desde su infancia lo rodeaban. Aunque algo le rondaba por la cabeza. ¿Quién sería el encargado de reclamarle? ¿Tan dura estaba siendo la contienda contra Troya?.

A su lado, Licomedes también observaba el barco. Parecía nervioso. Incluso la ira comenzó a sentirse en él. Acariciando su larga y espesa barba le indicó que mantuviera la calma. Tenían que regresar a palacio y dar la bienvenida a los mensajeros de Ulises. "¿Cómo sabes que es él?". El anciano monarca lo miró a los ojos. "Por ahora no hagas más preguntas, espera a que sea oportuno". Acto seguido, comenzó a andar mientras que con una señal le ordenaba que lo siguiera.

A medida que descendían la pendiente del risco notaron la presencia de dos figuras femeninas. Eran su madre y su abuela. Pudo distinguir sus rostros compungidos. La tensión expresada a través de los cuerpos. Sí, aquello que sospechaba tenía que ser cierto. No dijeron nada cuando llegaron a su vera. Fueron a una de las salas de la mansión y él fue trás ellas. El hombre cogió una dirección diferente. Ninguna palabra hubo entre ellos. Sabían perfectamente lo que tenían que hacer. Aunque el joven sentía un malestar que era incapaz de explicar. De sobra sabía lo que a partir de ahora le esperaba. Pero eso no le servía de consuelo.

***


Licomedes vertió una mirada inquisitiva a sus huéspedes. Si es que podía llamárseles así. Su venida sólo traía malas noticias. Y aunque tenía la absoluta certeza de lo sucedido, hubo algo que por nada del mundo hubiera imaginado. "La muerte de Patrocolo, y la venganza de después, fue la causante. Si no hubiera sido así... Aquiles seguiría con vida". Fue Fénix el que habló. Junto a él estaba Áyax Telamón. Y entre las sombras, aunque le costó reconocerlo por lo rápido que había envejecido a causa de la guerra, Ulises.

Dejando salir toda la impotencia que sentía, soltó un puñetazo sobre la enorme mesa que había en el centro de la estancia. Esta tambaleó ante su fuerza, la cual no había disminuido por el paso de los años. "No, sabéis que no es así", dijo con voz entrecortada. "Si no hubiera estado empeñado en su anhelo por alcanzar la gloria nada de esto hubiera pasado. Incluso habiendo ido a Troya seguiría entre nosotros. Ha sido su propia cabezonería por no entrar en combate cuando debería haberlo hecho. Y con esto no estoy diciendo que apoye a Agamenón y Menelao. Y creo que ya he dicho suficiente".

Ante esto, le pareció que Ulises agachaba la cabeza en señal de respeto. "Comprendemos tu postura", siguió Fénix. "Pero los designios del Destino dictaron que Neoptólemo habría de empuñar las armas cuando esto tuviera lugar". Licomedes volvió a golpear el mueble. Y esta vez fue más violenta que la anterior. Todos ellos abrieron los ojos de par en par por la impresión. "¡Eso no os lo creéis ninguno de vosotros! ¡Es cuestión de tener una figura que os lleve a la victoria! ¡Y qué mejor que el propio hijo del único que podría ganarla! ¡No me vengáis con cuentos del Destino! ¡Lo usáis cuando os conviene! ¡Y no hay más que decir!", bramó el monarca de los dólopes.

- Puede ser. Pero necesitamos levantar el ánimo de nuestros hermanos - El que entonces habló fue Áyax -. Tienes que entenderlo.

- ¿Hermanos? ¿Qué dices? ¡Eso no te lo crees ni tú! Y en caso de ser así... ¿Qué haces aquí? Tú... al que dicen que es el segundo en poder después de Aquiles. ¿No tendrías que estar en el campo de batalla?

- Si no hubiera venido no hubieras permitido que Neoptólemo acudiera.

- ¡Por supuesto que no! ¡Sólo es un crío! ¡Apenas tiene 12 años! ¿Acaso estáis locos! No, no me respondáis a esto último... estáis sedientos de gloria, al igual que lo estaba Aquiles... ¡Desgraciados!

- No hace falta ponerse así...

- ¿Y cómo quieres que me ponga? ¡Venís a mi casa y además de faltarme el respeto pretendéis jugar con la vida de un niño! ¿Como tenéis semejante osadía? ¿Acaso no han muerto ya demasiados niños? ¡Malditos sean los dioses por permitir esto!

En ese momento, al escuchar esto último, los tres agacharon la cabeza al unísono. Entonces, Fénix hizo uso de la palabra.

- Sabes que la realidad es otra. No nos gusta cómo están sucediendo las cosas. Ni siquiera el hecho de perder 10 años de vida. De estar separados de nuestras familias.

- Ya, ¿y por qué no se lo decís a Agamenón y Menelao? ¿Tanto miedo les tenéis?

- Tú hubieras hecho lo mismo. Sabes el poder que ostentan.

- No. Si no hubiera sido por la existencia de Aquiles ni siquiera se hubieran atrevido a montar esta guerra. ¡Y todo por unas faldas!

- No es por Helena...

- Lo sé. Es por el miserable orgullo. Porque un niñato como Paris se la arrebató. Como si una persona fuese un objeto. Pero ese no es el caso. Los cuatro parecen unos críos. Por su culpa los cimientos de dos sociedades están tambaleándose. Y una de ellas desaparecerá. Y la que perdure nunca volverá a ser igual. ¡Es una vergüenza!

- Trata de calmarte...

- ¡Ni se te ocurra volver a pedirme eso en mi propia casa!

Dos suaves y finos golpes en la mesa sonaron. Era Ulises, quien tras salir de la oscuridad, pedía calma y cordura. Reclamaba la atención de los demás presentes. Pero Licomedes volvió a explotar. "¿Qué vas a decir tú? ¡Tú, que bajo esa apariencia de superioridad basada en una supuesta sabiduría eres el más cruel de todos! ¡Serías capaz de sacrificar a todos tus hombres con tal de salvar el pellejo! ¡Tú que dices añorar la cama que abriga a tu mujer y desde antes de casaros has pasado más tiempo con terceras que con ella! ¡Si llegaste a cortejar a la propia Helena, joder!".

- Estás en lo cierto. Y seguiré comportándome igual con tal de poder volver a Ítaca. Aunque tus actos no son muy diferentes a los míos, ¿verdad? No te las des de santo cuando no lo eres. Pero has de escucharme, aunque sólo sea un par de minutos...

- ¿Ya estás con tus endiabladas estrategias de persuasión?

- Sí...

- ¿Y no temes que sabiéndolo pueda dar al traste con tus planes?

- Sabes que no... Me saldré con la mía sí o sí... Pero te prometo que a Neoptólemo no le pasará nada. Lo que tenga que ser... será... pero en Toya nada le sucederá...

La ira volvió a apoderarse de Licomedes. Y esta vez, el testarazo partió en dos la mesa. "¡Ni se os ocurra sentaros alrededor de esta o cualquiera de las que intactas tengo!". Trató de recuperar la compostura. Sabía que no había vuelta atrás. Que Ulises tenía razón. Pero quería que su nieto viviera una vida plena. Que sus pormenores fueran cosa suya y no de injerencias externas. Y lo que estaba mascándose era un mal menor. "¿Qué es lo que tramas, maldito malnacido?", soltó tratando de disimular las lágrimas que surcaban su rostro. "¿Qué es lo que tienes en mente?".

***


Nunca había estado en aquella habitación. Tenía prohibía la entrada. Y siempre sintió curiosidad por lo que escondía su interior. Fueron infinidad las veces que ingenió mil argucias pretendiendo entrar. Pero estas siempre fueron inútiles. Algunas veces fracasaron por motivos diversos. En otras lo pillaron con las manos en la masa. Y ahora que estaba dentro no percibía nada especial. Quizás cierto nerviosismo. Pero intuía que la suerte estaba echada. O más bien el Destino. No era posible dar marcha atrás.

- Deja de guiarte por lo que dijeron los oráculos. Sí, estabas predestinado a acudir a la guerra, pero es cuestión del linaje al que perteneces. Lo que a partir de ahora hagas depende de tí. Tanto en lo bueno como en lo malo. Tira de lo que durante estos años te hemos enseñado. No dudes en usar tu ingenio y picaresca. Y aunque sea complicado, procura no empequeñecerte ante Ulises. La fama es un disfraz que esconde su falta de escrúpulos.

Era su abuela Clisidice la que le decía aquello mientras su madre guardaba silencio. "Con un poco de suerte será Fénix quien te instruya mientras viajáis hasta Troya. El que será tu tutor. Y con Áyax profundizarás en las artes del combate. Ulises no hará nada. Sólo observará. Pero ten por seguro que todo estará diseñado por él. En el fondo, no le gusta mancharse las manos. O por lo menos directamente. Lo extraño es que haya venido. La guerra debe marchar mal si lo ha hecho".

El joven no dijo nada. Estaba inmóvil. Parecía una estatua mientras fijaba su atención en la terma habida en el centro de aquel espacio. Algo le decía que tendría que sumergirse pretendiendo purificarse. "Estás en lo cierto", comentó Clisidice adivinando sus pensamientos. "Cuando acabes, recibirás un baño de aceites y, después, volverás a lavarte. Tienes que ir libre de impurezas ante aquellos que te esperan".

- No lo entiendo - dijo al fin Neoptólemo -. Si tanto necesitan de mi ayuda, ¿por qué no me han llamado antes? Podrían haberse evitado las muertes de Patrocolo y mi padre.

- No lo hubiera permitido.

- ¿Quién?

- Tu padre. Pero no por amor, aunque en el fondo también. Eso no lo hubiera admitido. Ni siquiera por celos o miedo a que pudieras arrebatarle la gloria. No quería que presenciaras lo íntimos que eran él y Patroclo.

- Vaya, así que lo que decían las malas luengas eran ciertas.

- No, nunca se escondieron. Vivían su relación de forma abierta. Los tres que te esperan te lo dirán. Y también que era capaz de matar por Patroclo y por tu madre Deidamía. Sólo tenía un amor más grandes que ellos dos. Y ese eres tú. Pero, por decirlo de alguna forma, tenía una forma peculiar de entender la vida. No buscaba únicamente la gloria. Buscaba vivir al máximo. Ya fuera en tiempos de paz o de guerra. Pero especialmente en esta última. Que no te extrañe que tuviera alguna que otra amante mientras estuvo en Troya.

- Madre, ¿cómo has permitido esto? ¿Por qué lo has soportado?

Deidamía lo analizaba fijamente. Su mirada irradiaba el enfado que trataba de disimular. "¿Acaso no te lo imaginas?", le preguntó Clisidice.

- No.

- Por tí y el amor a esta tierra. La armonía debe reinar. Y si para ello hay que permitir ciertas cosas... ser gobernante es más difícil de lo que crees. Mucha gente depende de nosotros.

- ¿No será al revés? ¿Que nosotros dependemos del vulgo porque son los que trabajan? ¿No será que es cuestión de defender nuestro privilegios?

- También. Pero esa gente no debe percatarse de ello. Entonces aparecería la anarquía y a raíz de ella una forma de gobernar brutal e inhumana. No están preparados. No tienen la formación necesaria con tal de subsistir por ellos mismos. Y sí, tenemos que defender nuestra forma de vida. Y ahora, calla. Medita sobre lo que te he dicho y todo lo que posees.

- ¿Pero no me habéis dicho siempre que debo tener mi propia manera de pensar? ¿Que esta debe ser personal?

- Sí. Sólo faltaría. Pero debes tenerla dentro de nuestras tradiciones. Llegado el momento, harás que avancen, retrocedan o se estanquen. Todo dependerá de la situación. Y para ello es lo que necesitas tu propia forma de pensar. En ello radican los pilares de esta sociedad.

- ¿Y si decido dejarlo todo? ¿Escaparme y no participar en la guerra y todo lo que vendría después?

- Estas en tu derecho. Pero serías un apátrida, un Don Nadie. Olvídate, entonces, de tu sangre. De tu familia. De tu pueblo. Y si volvieras ten por seguro que nadie te conocería. Ni siquiera la que te dio la vida.

- Madre, ¿eso es cierto?

Deidamía siguió en silencio. La furia que manaba su cuerpo era cada vez mayor. Nuevamente, fue su abuela la que tomó la palabra. "Ahora mismo debes cumplir con tu función de heredero. Luego haz lo que quieras".

- Madre. ¿No vas a decir nada?

- No. Yo soy la mujer del Rey y tiene que mantener silencio. Soy la que habla en nombre de él. Ella no tiene voz, ni voto. Y, por mucho que nos pese, si lo hiciera un ejemplar castigo caería sobre su persona.

- Pero vosotros no sois ningún ejemplo. Hacéis cosas parecidas, sino las mismas, que las que practicaba Padre. Incluso los tres que me están esperando. ¿Qué derecho tenéis de dirigir mi futuro?

- Ninguno. Pero las cosas son así desde que el tiempo comenzó a ser escrito. Calla, y obedece. Esto mismo estarán hablando tu abuelo y ellos. Te lo vuelvo a decir: el orden debe prevalecer.

- ¡Pero entonces mantenemos una sociedad basada en la hipocresía!

- ¿En serio me estás diciendo eso? ¿No has escuchado nada de lo que te acabo decir? Tu análisis, aunque sea cierto, es demasiado superficial. Te queda todavía mucho por aprender. Haz lo que te decimos. Cuando acabe la guerra ya harás lo que consideres oportuno. Tienes que ver el mundo con los ojos de un adulto.

- ¿Con doce años?

- Sí, es la penúltima lección que te vamos a dar.

- ¿Y cuál va a ser la última?

- Cuando te vayas lo sabrás. Si te fijas en tu corazón sabrás cuál es.

- ¡Siempre con parábolas! ¿No podrías ser más claros?

- Siempre se ha hecho así. No le des más vueltas y trata de sacar tus propias conclusiones en vez de discutir...

- Pero...

- Calla... y métete en el agua. Debemos comenzar.

Neoptólemo claudicó. Agachó la cabeza. Se desprendió de las prendas y fue al agua. De reojo, pudo ver los rostros tristes de las dos mujeres. ¿Era aquello cierto? ¿Estaban mostrando sus sentimientos?. "Este es el primer paso que te convertirá en un hombre", dijo susurrando su abuela.

***


Nada más abrirse la puerta de la sala vio a su abuelo. Su porte digno y señorial parecía ocuparla por completo. A su lado estaban dos de ellos. Eran Fénix y Áyax. Y en las sombras continuaba Ulises. Sí, habían tomado las mismas posiciones que su abuela le dijera. Su madre mantuvo un silencio más propio de un entierro que de una ceremonia iniciática. "Hola, hijo, va siendo hora de que lleves a cabo lo que te está destinado". La voz de Licomedes recordaba más a la autoridad conferida a un sacerdote que a la de un monarca. "No creo que hagan falta las presentaciones, sabes de sobra quién es quién".

- Eso creo.

- Bien, entonces Áyax tomará la palabra. Después pasarás a estar bajo la tutela de Fénix. Estás entre hombres que son tus hermanos. No tengas miedo. Escucha y muestra el mismo respeto que ellos te tienen desde antes de conocerte.

Aquel gigante de más de dos metros avanzó hasta llegar a su altura. No sintió miedo. Creía saber cómo derrotarle en combate. Pero un escalofrío recorrió su cuerpo cuando este puso su enorme mano sobre su todavía hombro sin desarrollar por completo. "Sé lo que por la cabeza acaba de pasarte, pero no podrías hacerlo. Créeme.

"Partiremos ahora mismo. En cuanto acabemos esta presentación. Tenemos que aprovechar los vientos. Llegaremos rápido. No te preocupes. Aprenderás a pensar y comportarte como un adulto. A obedecer. Pero también a tomar tus propias decisiones. Y estas nos son más necesarias que nunca.

"Sabemos lo que has hablado con tu abuela. Los demás, en su momento, también pasamos por algo parecido. Cada cual con sus propias circunstancias. Pero lo hicimos.

"Así que... si a tus familiares no les importa... si los monarcas de este lugar no tienen ningún inconveniente... marcharemos.

"Sólo te pediremos que hagas una cosa. En cuanto traspasemos la puerta del palacio has de mirar hacia atrás. Tienes que contemplar el lugar en el que diste tus primeros pasos. El sitio en el que has crecido".

Entonces, un silencio sobrecogedor ocupó la sala. "Vámonos", finalizó de forma fría. Y comenzaron los cuatro a andar. Neoptólemo abría camino. Ellos iban detrás. Parecían su escolta particular. Nada más llegar al pórtico hizo lo que le ordenaron. Y entonces comprendió cuál era la última lección. Esta era el cariño, el amor que dejaba atrás. Su madre lloraba. Sus abuelos también. Y él comenzó a hacerlo. "Suelta todo lo que tengas que soltar; pasará mucho tiempo antes de que vuelvas a poder hacerlo", le confesó Áyax.

***


En la distancia pudo apreciar un humo oscuro. La costa estaba a unos dos kilómetros. "Vaya", pensó, "esa debe de ser la imagen de la guerra". Junto a él, Fénix también observaba el horizonte. No parecía sorprendido. Era como si la costumbre hubiera florecido en cada centímetro de su piel. Aunque agarró firmemente el mango de la espada. Parecía estar listo. "En cuanto desembarquemos ponte detrás mío y no te separes".

Aquello le sorprendió. Ni siquiera se le ocurrió. Había dado por sentado que el que le abriría camino sería Áyax. De Ulises no esperaba nada. Todo el viaje había estado observándole de lejos. No le dirigió la palabra ni una vez. Y cuando sus miradas se cruzaban una sonrisa de satisfacción solía aparecer en su rostro. "Será todo lo sabio que sea, pero parece no tener ni una pizca de sangre en su corazón", rumió más de una vez.

- Coge aire y trata de relajarte - comentó Fénix-. Sólo sígueme. Iremos donde está el campamento. No nos atacarán, pero más vale estar prevenidos.

- ¿Qué te hace estar tan seguro?

- Paris no es Héctor. Este actuaba con cabeza. Y con honor. Nos hubiera dejado ir hasta que la nueva batalla tuviera lugar. En cuanto al primero... está atado a las ordenes de Príamo. No pinta nada. Si le hubieras visto correr en busca de la protección de su hermano.... Si estuviera al frente actuaría de forma precipitada. Y la costa está protegida por nuestras tropas. Si lo hiciera sólo provocaría una masacre entre sus hombres. Y eso a Priamo no le interesa. Menos después de perder a Héctor.

- ¿Qué pasará con ellos dos si ganamos la guerra? Con Paris y Helena, me refiero.

- Eso depende de Agamenón y Menelao. Sobre todo de este último. Pero antes de nada tienes que tener claro un asunto...

- ¿El qué?

- Nosotros no ganaremos nada. Sólo la paz. Ellos se llenarán los bolsillos y tendrán más poder.

- ¿Pero qué pasa con las recompensas prometidas?

- ¿Acaso las pérdidas humanas lo compensan? ¿No escuchaste lo que tu abuela dijo en nombre de tu abuelo? ¿Durante todo este viaje no has entendido nada de lo que pasa?

Neoptólemo volvió a otear la costa. "Creo que sí... pero se me hace difícil de creer?". Fénix sonrió, pero cuando fue a volver a hablar les interrumpieron. "Hermano, es simple egoísmo. No le des más vueltas y haz que podamos volver a nuestros hogares". Era Ulises. Y tras comentar esto le dio un pequeño golpe en el hombro para después mostrarle la espalda. Volvió al resguardo de las sombras. "Y ahora esto", murmuró el joven.

- No te preocupes. Él también te protegerá. Aunque sea por interés.

- Pero si no ha estado presente en todo el trayecto....

- Te lo volveré a preguntar, ¿acaso no has entendido nada? ¿No comprendes que todo esto es idea suya? ¿Que, al igual que tu abuelo, Ulises te ha estado hablando a través de la voz de Áyax y, en especial, la mía?

- Ya, ¿y cómo es? En lo personal, me refiero.

- No lo sé. Nadie lo sabe. Pero sus planes siempre llegan a buen puerto. Y espero que esta vez también sea así.

- ¿Y si está equivocado?

- Todo acabará.

- ¿Así de fácil?

- Sí.

- Entonces... ¿por qué tanta insistencia en que cuando esto concluya podré seguir mi propio camino?

- Porque no la vamos a perder. Héctor está muerto. E incluso sin tu padre... París es un mindundi y Príamo está destrozado. Bastante hizo con sacar fuerzas con tal de ir a reclamar el cadáver de su hijo. No está en condiciones de dirigir un ejército. No tiene lugartenientes que sean dignos. Y respecto a Hécuba, su mujer... pese al carácter que tiene, y que podría sustituirle... imagina cómo estará después de perder a su vástago... Los dioses están de nuestro lado.

- Iba a decir que ojalá así sea... pero no sé si sería lo justo.

- No, no lo es. Pero debemos cumplir con nuestro deber.

- Y eso implica dejar de lado la poca humanidad que nos quede.

- Te equivocas. Tú tienes mucha. A tí te corresponde perderla y después recuperarla. A nosotros es a quien no les queda ningún rastro de ella.

- Entonces, ¿qué sentido tiene todo esto?

- Insistiré una vez más. Ninguno. Pensé que te había quedado claro.

- Sí, pero es tan difícil de creer...

- En cuanto pises el campo de batalla lo comprenderás.

- No quiero hacerlo.

- No te quedará más remedio.

- Ojalá no fuera así.

- Pues lo es. Bienvenido a la vida de los hombres.

Con la mano, le hizo un gesto que indicaba que callara. Áyax se acercó a ellos. Su enorme estatura sorprendió a Neoptólemo igual que la primera vez que lo vio. El gigante sonrió al joven. "Ha llegado la hora. Pero antes tienes que prometerme una cosa".

- ¿Qué cosa?

- No quiero cargar con tu cadáver igual que hice con el de tu padre.

- Lo intentaré.

- No. Nada de intentar. Lo harás. Evitarás por todos tus medios que eso no suceda.

- Dalo por hecho.

Un cuervo acabo posándose en la esquina del barco. "Dejaros de cháchara, hay que desembarcar", les indicó Fénix.

- Bien, señores, al fin llegó el momento - Era Ulises-. Desde ahora comenzaremos el camino de regreso a casa.








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