AL DESAPARECER LO CANSADO

Los zapatos le quedaban grandes. Y la ropa, raída y desgastada, parecía vivir en tiempos que resultaron parados por unas manos con intereses. Tenía por costumbre el sentarse en una esquina mientras contemplaba a la gente en sus paseos. Unos le veían, otros pasaban de largo. A veces se levantaba y buscaba el aire. Entonces caminaba a una fuente. Y de ella desde sus aguas bebía. Recuperaba su calor cuando le confería el frescor de la energía que llegara a perder. También portaba un viejo sombrero que, pese a su cuerpo viejo y roto, le protegía del Sol deslumbrante en su aflorar al mediodía. Y llevaba también un gran saco en el que metía sus artilugios con tal de sí mismo no olvidarse en medio de la rutina. Una rutina formada desde las raíces de un terremoto cuyo epicentro se quedaría en tierras lejanas. Y estas estaban en las líneas de su memoria, y los latidos de su corazón, otorgándole la calma. Porque a veces se sentía cansado y aquello le hacia reflotar en la superficie de aguas...