En aquella tarde que entró en el bar
21/XI/2019
Estacionó el coche en linea entre otros dos justo delante de su portal. Llovía a mares y estaba fumando un cigarro. La ventanilla entreabierta dejaba salir el humo mientras se recostaba un poco en el asiento y miraba el movimiento de los limpiaparabrisas despejando el agua. Tanto su velocidad, que en esos momentos era pausada, como la forma en la que el agua se deslizaba por el cristal resultaban relajantes. Parecía que la intensidad de la lluvia no iba a cesar, por lo que tiró la colilla por la ventana y decidió apagar el motor. El interior del vehículo estaba caliente, pero a pesar de ello decidió salir. Volvió a encender el motor para subir y cerrar la ventanilla.
Cuando salió cerró el coche apretando el botón del mando de las llaves. Cruzó la calle corriendo y se dirigió al bar. Se paró en la entrada; esta estaba protegida de la lluvia debido a que la entrada estaba hacia el fondo. Se sacudió un poco la ropa mojada. Empujó hacia el fondo una de las dos puertas que daban la entrada al local, la de la izquierda para ser más concretos, y el aroma a café y alcohol lo absorbió mientras sentía el calor que se notaba en su interior. Avanzó y se sentó en uno de los taburetes de la barra. Le pidió una cerveza al camarero. Este medía cerca de metro ochenta y pesaba unos noventa kilos alimentados por los años de barra y los que pasó practicando el Krag Magá y el instrumento de la batería.
Mientras le tiraba la caña observó el local. Estaba justo enfrente de su casa y siempre se tomaba algo antes de ir a ella. Al fondo había tres máquinas de dardos, dos futbolines y dos billares. La sala disponía de nueve mesas con dos sillas y un sillón por cada una que podían albergar a tres personas. Encendió otro cigarrillo y se acercó el cenicero que estaba a su derecha. Justo en ese momento el camarero puso un reposavasos donde colocó la cerveza.
Aspiró profundamente el cigarrillo. Aquel barrio era pobre, muy pobre. Estaba ubicado a las afueras de la ciudad y mucha gente se veía obligada a delinquir debido a esa extrema pobreza. Algunos se dedicaban a robar y otros trabajaban el trapicheo a pequeña escala. Había, además, tres bandas que compartían aquella parte de la ciudad. Lo hacían de forma pacífica, respetándose mutuamente. Incluso los viernes y sábados se les podía ver en el bar tomando algo. Revueltos, pero no juntos, se respetaban entre ellos y no se metían en los asuntos del otro.
Pero de una época atras, desde hacía dos años más o menos, debido a la crisis económica, la situación en el barrio había empeorado. Muchas familias tenían a todos sus miembros en el paro y se veían obligados a subsistir de la forma en la que pudieran. Muchos se vieron volcados a trapichear; pero no había suficiente espacio para todos en aquel lugar, por lo que muchos lo hacían fuera del lugar y los que se quedaban se metían en peleas con otros. Los préstamos de las bandas también aumentaron. Esto hizo que algunos se metieron a sicarios para que algún vecino pagara su deuda o liquidar la que ellos mismos habían contraído.
Él, junto a unos pocos, era de los afortunados a los que la crisis no había afectado. Aún así, llevaba más de quince años con el mismo coche y no se podía permitir arreglar su piso, el cual era bastante viejo, estaba lleno de humedades y tanto el suelo como las paredes estaban en mal estado. Además, desde hacía varios meses, la presencia policial había aumentado. Se rumoreaba que la paz que reinaba entre los tres bandos estaba en mitad de una "guerra fría". Él seguía con su vida diaria e intentaba ayudar a sus vecinos en lo que podía, tanto de forma individual como a través de una asociación de vecinos que daba alimento y ropa de abrigo. También ayudaban con la educación de los chavales de las familias con dificultades.
Llevaba desde los 18 años trabajando en un taller mecánico. Había tenido suerte, la mayoría de sus compañeros habían sido despedidos del trabajo. Él seguía allí. A sus casi sesenta años miraba con lupa lo que podría cobrar el día de mañana, cuando se jubilara. Sabía que podía cobrar el cien por cien de la pensión, pero todo podría cambiar de la noche a la mañana. Mientras tanto intentaba ayudar a los que más sufrían del barrio. Lo hacía mediante la Asociación que tendía la mano a familias y chavales. También lo hacía con las casas de alterne que habían proliferado en la zona.
Siempre se había oído hablar, y visto, de esas mujeres que eran esclavizadas cuando venían de otro país y tenían que pagar una supuesta deuda por el viaje u otras excusas. Ahora eran las de la zona las que la ejercían, también los hombres. Tenían que sobrevivir, y parecía que un cuarto grupo externo a la zona había sentado sus bases en la zona. Mientras unos eran esclavizados, otros se aprovechaban de ello. Intentaban no solo que salieran de esa situación, también que el que se aprovechaba de ella viera lo que ocurría. Algunos se daban cuenta y no podían aguantar la culpa, otros los agredían y seguían vanagloriándose de su comportamiento.
En esto último colaboraba con el camarero. Habían visto la forma en la que se metían en el bar e iban desplazando hasta hacerles desaparecer a los que allí estaban. Se acordaba de cuando se dieron cuenta. Él estaba tomando una cerveza cuando una mujer le vino preguntando si quería tener fiesta. Se fue con ella a su casa. Era soltero a pesar de su edad. Después de la "fiesta" le preguntó sobre su vida. Le pidió una cantidad de dinero y le contó que después de viajar durante más de año y medio estaba pagando el dinero por el viaje. Esa chavala murió dos días después. No sabía el por qué.
Entre otros, él y el camarero intentaban que eso se acabara. Mientras daba un trago a la cerveza pensaba en todo aquello. Había algo que se les había ido de las manos. En ese momento sólo estaban ellos dos en el bar. Sonó algo parecido a un trueno. Se le cayó la cerveza. Los trozos del vidrio se mezclaban con la cerveza en mitad de la barra mientras el camarero, que estaba tendido en el suelo, no paraba de hacer tics nerviosos. Un agujero enorme apareció en su cabeza. Había un agujero del que empezó a salir sangre; era oscura y gruesa. Pararon los tics. Había fallecido.
Vió la forma en la que le apuntaban con una escopeta. Vió un destelló de luz y la forma en la que volaba su brazo derecho. La persona que sujetaba la escopeta volvió a cargarla. Un disparo le destrozó el costado derecho de su pecho. Ahí sintió la forma en la que salía despedido hacia atras y caía sobre el suelo después de chocar brutalmente contra uno de los billares. Perdió el conocimiento.
Cuando despertó una figura vestida de blanco le observaba. Una mascara que le salvarguaba de las enfermedades no dejaba ver su rostro. Sacó un cuchillo que portaba en su mano derecha. Sintió la forma en la que se clavaba en el lado izquierdo de su garganta y lo desplazaba hacia la derecha. Mientras le faltaba el aire notaba el sabor de la sangre, dulce y agria al mismo tiempo, también su densidad mientras se ahoga y notaba que empezaba a flotar... Entonces vió la escena. Lo hizo desde el aire. La forma en la que se revolcaba en la cama mientras aquella figura apretaba el cuchillo y la sangre bañaba por la habitación. Él flotaba, se alejaba despacio.
Entonces una luz le iluminó y vió un tunel. Lo cruzó hasta que dos manos le agarraron. Le dieron un cachete y lloró, cogió un soplo de aire. Nunca le había dolido tanto respirar. Lloraba y lloraba. Le pusieron sobre algo caliente. Oía un ruido que le era cercano, lo más familiar que había sentido hasta ese instante. ¿Cuánto tiempo había escuchado aquel sonido? ¿Y por qué hacía tanto frío? Algo le abrazó y se calmó. Le dolía alguna parte del cuerpo. Su boca fue direccionada a algún lugar del que brotaba algo caliente. Esa parte del cuerpo dejó de doler. Durmió. Durmió. El dolor había desaparecido...
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